Misiones Para Todos

La gran confusión

Bajo la duda electoral está otra: cómo superar la crisis del capitalismo argentino.

Al contrario de los que sucedió para las primarias del 13 de agosto, para (la elección de “verdad” como se dice en los focus) se vieron pocas encuestas publicadas.

Reflejos. Los estudios más importantes fueron encargados por el sector privado, que considera que puede estar frente a su mayor desastre o su mejor oportunidad, pero esos trabajos no vieron la luz del gran público. La imagen que entregan es un resultado congelado con Javier Milei encabezando la intención de voto (cerca de 35 puntos); Sergio Massa siguiéndolo a menos de cinco puntos; Patricia Bullrich, a cuatro puntos, y lejos Juan Schiaretti y Myriam Bregman. Sin embargo, se debe decir que el cordobés se ha colocado en la mira de quienes buscan un “voto refugio” para no votar en blanco.

Quienes hacen estudios con muestras importantes (más de 5 mil casos) se encontraron con algo inusual. En los cortes, donde se procesan los resultados de cada día del trabajo de campo, se observan diferencias sustantivas en los resultados (por fuera del error muestral). Esto no tiene una explicación teórica si se considera a cada día una muestra probabilística en sí misma, excepto una gran fluctuación de voto a días de la elección. Los tres espacios principales tienen un voto duro de alrededor de un quince por ciento, y de allí para arriba surge un votante dubitativo que se sobresalta frente a cada escándalo hacia el final de la campaña.

En busca del voto perdido. Luego, los investigadores no pudieron comprobar la hipótesis de que Milei tiene un voto escondido. Si la encuesta más favorable a LLA para las primarias orilló los 25 puntos, se supone que podrían existir cinco puntos indetectables a la luz de los métodos demoscópicos. Estos puntos milagrosos colocarían al libertario en las puertas de la Casa Rosada. Los posibles votantes invisibles pertenecerían a los extremos de la escala social: residentes de barrios populares y de barrios cerrados de los suburbios de grandes capitales, lugares donde el encuestador tiene dificultades para acceder. Pero en las ciencias sociales de base empírica lo que no se puede medir no existe, lo demás es metafísica. Se debe decir que tras el segundo debate el electorado periférico de Patricia Bullrich reaccionó positivamente, especialmente entre los anti-K. Luego una encuesta de la consultora Atlas Intel da ganador a Sergio Massa con el 30,6%, segundo a Milei, con el 25,2%, y Bullrich pisándole los talones con 25 puntos. Aquí, para sorpresa es Schiaretti, que alcanza el 11,8%, y Bregman, 3,9%. Así las cosas, la final se extenderá al 12 de noviembre.

En este mundo líquido las casas encuestadoras se vienen conformando con acertar el orden de los contendientes, más que el porcentaje fino.

Siempre vale recordar que toda muestra paga una precio por seleccionar a un grupo para encuestar, y ese es el error de estimación. Pero toda encuesta tiene un doble error, un error estadístico, propio de la función de la cuerva normal, y otro no muestral, casi propio del ser humano, mentir, no responder, no ser certero.

El laberinto techado. Más allá de la incertidumbre del acto electoral se debe observar el debate de fondo: esto es la salida para la crisis inmanente del capitalismo argentino. El diagnóstico es conocido por todos. Algunos analistas económicos muestran un escenario parecido al de 1988, apenas a cuatro años de la recuperación de la democracia. Aquella crisis que parecía terminal solo tuvo una solución tres años después: la convertibilidad. Hoy la solución la arroja sobre la mesa Milei y se trata de la etapa absoluta del monetarismo, la dolarización, imponer una moneda que el Estado nacional no puede controlar. En este sentido, el proceso electoral parece haber transformado en un referéndum a favor o en contra de adoptar la moneda estadounidense como propia.  

Lo que parecía ser “la” solución se ha transformado en un problema que se incrementará si se va a un ballottage.

La misma idea que entusiasmaba hace algunos meses a buena parte de la sociedad, esto es, manejar la lechuga crocante en las transacciones cotidianas en un paraíso sin inflación (y sin desempleo) se transformó tempranamente en una Caja de Pandora. Sin embargo, la discusión se ha quedado en la superficie sobre cómo realizar técnicamente la dolarización (qué hacer con las Leliqs, el circulante, etc.) y a qué tipo de cambio, es decir, cuántos dólares pasaría a ganar alguien que tiene un sueldo medio, unos 300 mil pesos, ¿300 dólares o 100? En este sentido, la corrida cambiaria de la semana asustó a todo el país, incluso más que la amenaza de hiperinflación. Pero la discusión de un país dolarizado va más allá de los primeros noventa días, en la conformación de una nueva y rápida estructura económica en la que solo tendrían posibilidades de éxito quienes produzcan dólares, es decir, el exportador.

Paraíso verde. El país que nacería en un cielo dolarizado sería uno completamente diferente, productivista y de ajuste, no entendido como el aumento de los servicios públicos, sino la eliminación de toda industria que no tenga vínculo directo o indirecto con el sistema mundial de comercio, donde Argentina (al igual que Brasil) no ha hecho más que reprimarizarse desde 2002. Quizás hoy muchos jóvenes sueñan con tener su espacio en el mercado global vendiendo sus servicios. Globant, Ualá o Mercado Libre son el modelo que tienen en mente, no Acindar, Techint o YPF. Pero este espacio es muy pequeño para un país que ya tiene una población parecida a España.

Tampoco se puede dejar de notar que durante el gobierno de Alberto Fernández las altas tasas de interés crearon un clima de timba financiera en línea con el antiguo sueño de vivir de rentas. Como suele pasar cuando la tasa es superior a la rentabilidad de las empresas, producir (con todos sus bemoles) deja de ser de utilidad como muestra la baja tasa de inversión.

Finalmente, el contexto actual de posglobalización complica las estrategias de libre comercio. Los líderes de las derechas del siglo XXI como Donald Trump, Marine Le Pen o Giorgia Meloni son nacionalistas y propugnan nuevos proteccionismos.

De hecho, la primera medida que tomó Trump fue el retiro de su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación, tratado que significaba prácticamente igualar jurídicamente los estados a las corporaciones multinacionales.

Por Carlos De Angelis – Perfil